domingo, 8 de julio de 2007

Anguilas para un boliviano

Che, Miguel, yo no tengo plata.
¿Y para qué querés plata?
¿No vamos a las casitas de Maciel?
Claro, boludo Risas agudas, exageradas, agarrándose el estómago ¿Y para qué pensás que vamos a las casitas? ¿A gastar plata? Al contrario; vamos a volver con algo de filo. Te vas a poder comprar caramelos. Más risas y visajes de ojos.
Estábamos sentados en el borde de una vieja estructura de chapa en el techo de una construcción abandonada, una caja de ladrillo con entrada para autos, originalmente cerrada con una cortina metálica, llena ahora de escombros y basuras. El adefesio de metal oxidado en el que estábamos sentados había sido un cartel o una torre; desde la altura en la que estábamos podíamos entrever los patios de las casas de alrededor: entre basuras, escombros y muebles rotos, brillaban en la oscuridad, con un eco plateado, los dorsos de las hojas de los cardos, como espejos velados.
Miguel Ángel se arqueó y sacó algo del costado del cuerpo. Me mostró el revólver; era pavonado, tristemente pequeño, y había perdido una de las cachas de plástico color marfil.
Te apuesto que si me pongo ahí nomás, allá abajo, vos me vaciás la ruleta y no me pegás un solo tiro. La bala del 22 es como una anguila, va haciendo eses.
¿Y qué vamos a hacer con el chumbo? Dije, haciéndome el entendido.
Las casitas están por allá, a dos cuadras; por esta esquina tienen que pasar todos los paganinis que van a ponerla. Nosotros les tiramos desde acá arriba y después los afanamos.
¿Y si matamos a alguno?
Ya maté a unos cuantos, gil; quién te creés que soy.
Miguel Ángel se veía más nervioso de lo que denotaban sus susurros; sentía cómo la brisa fría del descampado arrastraba hasta mí el acre olor a chivo de mi primo gemelo. Yo hacía rato que estaba en un estado de despersonalización: desde hacía horas, observaba lo que me ocurría desde un lugar externo, desapasionado; estaba dentro de una película pero tenía tan poco control de los hechos como sobre una proyección cinematográfica. Carecía incluso de la voluntad necesaria para comenzar cualquier movimiento. Me dejaba llevar suavemente al abismo de obedecer las directivas que mi primo me hacía con los ojos, con leves movimientos de los hombros.
Un bulto venía balanceándose a una cuadra de distancia, envuelto en las hebras de la neblina nocturna. Miguel Ángel hizo un ademán silencioso y me deslicé abajo por la escalera herrumbrada. Corriendo agachado, como había visto en las series bélicas de la tele, llegué hasta un auto quemado abandonado en la esquina sin que el hombre me notara. Probablemente estuviera tan borracho que no notaba nada. La oscuridad casi total, manifestándose con mayor fuerza dentro de la caja húmeda y devastada del auto incendiado, resaltada por la luz de un sórdido farol halógeno a dos o tres cuadras, me daba un bienestar de láudano, cobijado dentro de este útero ruinoso como un feto mecánico que se negara a nacer en un mundo postapocalíptico.  En el mismo momento en que el boliviano pasó tambaleándose frente a mi escondite sonaron los disparos: grotescos chasquidos de vodevil, tan fuera de lugar en la noche silenciosa y tan torpes como la caída eterna y el quejido ahogado del hombre, al que me acerqué y comencé a revisarle los bolsillos.

5 comentarios:

Rogelio Ferreyra dijo...

Esto se ponde jevi...


Lo de la lectura es mañana!!

Ahi estaremos...

TiTo A. dijo...

¡Gracias, amigo! Harán falta energías positivas contra la timidez.
Un abrazo.

iracundos dijo...

Arrúa, me gusta mucho lo que le hacés a tus personajes. Saludos, López.

TiTo A. dijo...

Gracias, Julián; en todo caso es algo recíproco: no sabés las cosas que me hacen ellos a mí.

Subjuntivo dijo...

Me gustó, qué sé yo...


Trataré de leer el resto, a ver si puedo situarme donde corresponde.


Saludos,
S.